Por Pablo Lamas
Abogado, Magister en propiedad intelectual
La palabra crisis y su concepto son recurrentemente utilizados. Tanto desde una perspectiva de desarrollo personal a partir de eventos “traumáticos” como pueden ser separaciones, pérdidas de trabajo o cualquier otra adversidad grave de la vida como desde la perspectiva social. En este último punto, Latinoamérica en general y algunos países en particular, cíclicamente afrontan crisis políticas, económicas o sociales que hacen replantear todo. Tan acostumbrados estamos a las crisis que le hemos perdido un poco de respeto a la palabra misma.
No obstante, al igual que con los errores y los fracasos, las crisis son tierra fértil para las grandes cosas. Toda crisis es oportunidad para un nuevo comienzo. Como decía Churchill “Toda crisis es mitad un fracaso y mitad una oportunidad”. Por eso conviene profundizar en la palabra y en el concepto.
En la tradición oriental mucho se escucha sobre el concepto de crisis como oportunidad. En chino el concepto tiene que ver con el punto más álgido de un problema ante lo cual sólo resta mejorar, mientras que en japonés la palabra está formada por dos caracteres en los que uno significa peligro y el otro renacer. Sin conocer ambos idiomas hay un mensaje en ello que interesa.
Ya en nuestra tradición occidental nuestra palabra crisis viene del griego de la palabra krinein que tiene dos sentidos: por un lado, significa “separar” y por otro “decidir” o “juzgar”. Como en otras muchas palabras de origen griego es separar en partes lo que nos permite juzgar. Aparentemente el primer uso de la palabra fue en sentido médico como el momento más grave (“crítico”) de una enfermedad. En cualquier caso, es significativa la relación entre “separar” y “decidir”. La rotura, la fractura, es lo que nos llama a decidir.
El recorrido por tradiciones orientales como por nuestros orígenes culturales en Grecia tiene por fin el mostrar que el concepto de crisis evoca tanto lo malo en términos de fractura como la oportunidad para tomar decisiones. Incluso en el sentido del momento más agudo de un problema, eso mismo nos hace ver la posibilidad de tomar decisiones que nos ayuden a salir. La crisis es siempre una oportunidad.
Ahora bien, ¿cómo hacemos para tomar la oportunidad que nos brinda la crisis? O, mejor aún, ¿cómo hacemos para distinguir la oportunidad que se nos presenta ante la crisis?
Una vez escuché de un rabino tres consejos de Israel Ben Eliezer (maestro casi mítico de la espiritualidad judía) para afrontar una crisis que pueden orientar, como si fueran pasos o etapas, el encuentro con la crisis. Proponía primero la flexibilidad, segundo el discernimiento y tercero el aprendizaje.
Vamos a ir viendo cada uno en los sucesivos apartados. Comencemos con la flexibilidad.
Flexibilidad
Cuando Buda decidió encontrar la perfección apuntó a no depender en absoluto de las necesidades del cuerpo al punto de poder dominarlas con la mente. En esa búsqueda intentó un ayuno tan duro y prolongado que casi termina con su vida. Se dio cuenta de que no era por allí. Un día caminando encontró un profesor enseñando a afinar su instrumento de cuerdas a una alumna. Allí escuchó: “si la cuerda está demasiado floja no suena más, si está demasiado tensa se romperá”. Así es como Buda encontró el camino del medio.
Las crisis, igual que las tormentas, quiebran o arrancan a lo rígido. A lo que opone completa resistencia. A todo aquello que no tiene la capacidad de adaptarse al movimiento del viento que lo ataca.
Si la crisis nos encuentra con estructuras mentales demasiado rígidas inevitablemente nos aplastará. Esa rigidez puede estar dada por conceptos familiares, religiosos, políticos, culturales o de gestión en las empresas. Muchas veces nos acostumbramos a hacer las cosas sólo de una manera. Socialmente nos juntamos con gente que está en sintonía con nuestras estructuras. Nos terminamos armando un “ecosistema” en el cual todo se rige según nuestros modelos. Cuando repetimos “esto se hace así” o “siempre se hizo así” sin posibilidad de preguntarnos por qué… es que la estructura está muy rígida. La cuerda está demasiado tensa.
Si la crisis nos encuentra con estructuras mentales demasiado rígidas, inevitablemente nos aplastará.
Por otra parte, a todo aquello que no tiene raíz las tormentas lo arrastran de lugar en lugar al tiempo que lo van rompiendo y deformando. Lo que no pone ninguna resistencia también termina sucumbiendo ante la crisis.
Si la crisis nos encuentra sin estructura también pereceremos inevitablemente. Si no tenemos criterios propios, si en todo atendemos a lo que hacen o dicen los demás, si buscamos que terceras personas o modas o libros de “auto ayuda” me expliquen cómo debo ser yo o un “coach” me diga cómo debe ser la empresa… la crisis terminará por romper nuestra identidad. La falta de raíces es tan mala como la excesiva rigidez.
La flexibilidad camina por el camino del medio. Requiere de fuertes raíces que lo mantengan en su lugar, que nos hagan recordar quiénes somos y por qué estamos acá. Y a la vez necesita cierta capacidad de adaptación a las fuerzas externas que nos tuercen en una dirección o en otra.
Los japoneses, tan poéticamente profundos para transmitir ideas, tienen al bambú como uno de los grandes signos de resistencia y perseverancia. Mientras que grandes árboles son quebrados en las tormentas el bambú se “bambolea” grácilmente en función del viento. No obstante, tiene fuertes raíces que lo mantienen fijo en su lugar. Lo que lo hace más resistente que los demás es la combinación entre la flexibilidad de su tallo y la profundidad de sus raíces.
Así es como la flexibilidad se convierte en nuestra primera herramienta para afrontar una crisis. Dejar de lado nuestras rigideces estructurales para comprender lo que está pasando a nuestro alrededor. Si pretendemos traducir lo que ocurre a nuestros preconceptos o ideas lo más seguro es que la crisis nos tumbe al primer embate. Esto aplica tanto a las personas como a las empresas. Sin capacidad de adaptación solo hay chances de supervivencia.
Discernimiento
Hegel, al explicar su dialéctica, cuenta que cuando entramos a un lugar completamente oscuro o completamente luminoso la situación es la misma: no se puede ver nada. Sólo vemos y distinguimos a partir del contraste entre luces y sombras de las diferentes cosas.
Esa realidad explicada por Hegel no suele ocurrir en nuestra cotidianeidad. Tanto las habitaciones más luminosas tienen algo de sombras como las más oscuras tienen algo de luz. No obstante, nuestra primera reacción (debida al cambio abrupto de iluminación) será no ver nada. Si no tenemos flexibilidad para adaptarnos es posible que la cuestión quede ahí y salgamos con la conclusión de que no se podía ver nada…
Ahora bien, si decidimos quedarnos, nuestros ojos de a poco se irán adaptando a la oscuridad (o a la luz) y comenzaremos a advertir suaves relieves. Es posible que no podamos decir qué es cada cosa, pero podremos percibir que hay algo aquí y algo allá. Podremos usar nuestros otros sentidos y, de a poco, comenzar a entender dónde estamos y qué hay en la habitación en la que nos encontramos.
Lo mismo nos ocurre con las crisis.
Durante los primeros momentos es posible que estemos “cegados” sin poder procesar toda la información. Toda nuestra vida, nuestros proyectos y nuestros negocios los asentamos en circunstancias y en un entorno que conocemos. Planificamos el futuro sobre la base de un momento histórico determinado. La crisis implica un cambio brutalmente radical de las circunstancias que tuvimos en consideración. Es imposible de procesar en un solo momento.
Planificamos el futuro sobre la base de un momento histórico determinado. La crisis implica un cambio brutalmente radical de las circunstancias que tuvimos en consideración.
Por esta razón la flexibilidad para abrir nuestros sentidos al nuevo escenario es lo único que nos permitirá comenzar a discernir de qué se trata este nuevo mundo. Sin ella seremos abatidos en la primera estocada o saldremos huyendo sin intentar entender. Si decidimos quedarnos y enfrentar la oscuridad podremos comenzar a entrever qué es cada cosa.
La palabra discernir, como varias otras que hemos ido analizando en este recorrido, significa separar para analizar cada una de las partes de algo. En la crisis podemos empezar separando cada dolor, cada causa del problema e ir analizándola de manera aislada. ¿Por qué me afecta esto? ¿Cuál es el real alcance de lo que está pasando? Esta primera pesquisa es fundamental porque el primer impulso es ver todo mezclado y todo negro. En este primer análisis podré ponerle nombre a cada factor que me golpea negativamente y dónde me afecta.
De este análisis también comenzará a surgir que no todo es tan malo. Que algunos elementos de mi vida, de mi proyecto, de mi empresa o de lo que fuera que haya entrado en crisis no se ha visto tocado. Podremos encontrar diferentes herramientas con las cuales ir saneando los problemas o incluso encontrar personas que pueden asistirnos en el momento.
Con una mirada más clara de la situación podré comenzar a buscar también oportunidades positivas de la realidad. Qué hay en esta coyuntura que pueda significar una oportunidad. Desde dónde puedo “apalancar” la salida del problema.
De esta manera podremos encontrar diversos caminos que nos ayuden a salir de la crisis y, una vez fuera, vuelve para aprender. Vamos con el aprendizaje.
Aprendizaje
Una vez que hemos pasado la crisis debemos volver para entender qué podemos aprender de ella. Qué debemos cambiar, cómo nos debemos preparar en el futuro para que no pase lo mismo, en qué debiéramos entrenarnos o capacitarnos, qué estructura personal o emocional o de gestión es necesaria de cara al futuro. En definitiva, debemos aprender de la crisis.
La palabra aprender es muy gráfica, viene de aprehender, es decir “agarrar”, “tomar algo con las manos”, “prenderse de algo”. Incluso la raíz de la palabra comparte origen con la palabra enredadera como algo que se va “prendiendo” sobre la base de un palo guía o “tutor”. Aprender es tomar algo con fuerza y no dejarlo salir.
Las crisis, al igual que los errores, los fracasos y las derrotas, generalmente las pasamos de largo. No volvemos sobre ella. En los aciertos y en las victorias volvemos muchas veces para ver lo bien que estuvimos, pero cuando nos va mal ni nos queremos acordar de qué pasó. Y eso es un error.
La crisis, más allá de las oportunidades fácticas que genere, siempre será una oportunidad de aprendizaje.
En los aciertos y en las victorias volvemos muchas veces para ver lo bien que estuvimos, pero cuando nos va mal ni nos queremos acordar de qué pasó. Y eso es un error.
En primer lugar, de una lectura del mundo. Las cosas no son como nosotros pensamos o idealizamos dentro de nuestra cabeza. La realidad se impone. Entender la complejidad de la realidad nos hará crecer en la humildad respecto de lo corta y relativa que es nuestra visión de la realidad.
En segundo lugar, en el entendimiento y la comprensión del cambio. Solemos pensar que las cosas serán siempre de la misma manera. Armamos planes personales pensando que los demás serán siempre iguales. Armamos planes de negocio pensando que el escenario comercial será igual al de ahora. Planificamos pensando incluso, ¡vana ilusión!, que nosotros seremos igual que como somos ahora. El mundo es cambio, la vida es cambio. Ya lo entendió Heráclito y nosotros lo seguimos olvidando.
En tercer lugar, en el modo de hacer las cosas. Aprender qué podríamos haber hecho distinto y, especialmente, qué nos llevó a equivocarnos. Este es el camino de la mejora continua, revisar siempre cómo hicimos las cosas, especialmente cuando salieron mal. En el ajedrez es un hábito muy bonito entre los grandes, el volver y analizar la derrota una y otra vez.
En cuarto lugar, en el entendimiento de los otros. Pasar por una crisis y no comprender que es algo que puede estar pasándole a cualquiera a nuestro alrededor es haber perdido el tiempo. Entender las circunstancias y las dificultades que implicó la crisis en nosotros nos hará empatizar con el otro. Estar atentos en el futuro a detectar y ayudar a quien está pasando por una crisis. Si no aprendemos esto merecemos vivir repitiendo la crisis una y otra vez.
Las crisis son inevitables. Elegir que cada crisis ponga en juego mi empresa, mi proyecto o mi vida es una elección. Trabajar en mejorar este aspecto se convierte en el mejor plan. En lo personal el camino es la vida del espíritu. En el mundo de las empresas el camino es la profesionalización de la gestión.