Por Roberto Trevesse
Licenciado en periodismo y comunicación
Hace pocos meses y después de 35 años, decidí desde mi concepción humanística, abrir la tranquera y hablar con Ricardo Emilio Lafferriere, Todo ese tiempo entre él y yo hubo un silencio absoluto. Confieso que, en su momento, me enojé mucho. Quizás él también, pero seguramente no conmigo.
Para quienes no lo recuerdan, Lafferriere fue elegido senador nacional dos veces (1983-1995), diputado nacional (1995-1999), embajador argentino en España (2000-2002) y candidato a gobernador por la UCR en 1987, elección donde no pudo ganar y el triunfo fue para Jorge Pedro Busti, quien, con su victoria, inició un período de tres gobernaciones alternadas, elegido por el voto mayoritario de los entrerrianos.
No nos hablamos durante el lapso citado. Y el año pasado, ante la impotencia que tenía que nadie en Entre Ríos haya demostrado verdaderas cualidades de gobernante para todos los comprovincianos y mucho menos lograr posicionarnos en un lugar de privilegio, con presupuestos saneados, con un gran proyecto en ejecución de la obra pública, con igualdad de oportunidades, con verdadera independencia de poderes, di el primer paso y lo llamé.
No me arrepiento de haberlo hecho. Al contrario. Sí le expresé que tiene que venir a su provincia y explicar a los de mi edad (diez años menos o diez años más) qué fue lo que le pasó.
Mi propuesta es que debe sincerarse y que debe hablarles a los jóvenes entrerrianos de cualquier ideología política para expresarles qué nos pasa a los argentinos.
El 16 de febrero de 2023, Lafferriere publicó un meduloso trabajo de 19 páginas, que recibí –quizás como muchos otros- y del cual me hago eco.
Comienza diciendo que el ciclo kirchnerista parece acercarse a su fin. Sin embargo, esto no implica “per se” el fin del modelo “nacional-populista”, para el que pueden darse circunstancias que objetivamente prolonguen su vigencia, aún al precio de continuar con el languidecimiento del “país” como conglomerado sociopolítico.
En efecto: los pilares centrales sobre los que se apoya el modelo “nacional-populista” en Argentina es una coalición -tácita o expresa, según las coyunturas políticas- cuyos actores principales son:
- Un empresariado prebendario: que depende directamente de contratos de obras públicas y de decisiones sobre servicios públicos como la concesión monopólica o protegida de prestación de estos servicios, la fijación de sus tarifas, los negociados entre proveedores del Estado y privados sin reglas ni control, etcétera.
- Un empresariado rentista que vive de la protección del mercado impidiendo el ingreso de productos generados en el mercado global, que lo hace dueño excluyente del mercado interno en el que reinan “como el zorro en el gallinero”.
- Una estructura sindical burocratizada, con una conducción enriquecida y una masa de trabajadores formales en cada área para los cuales esa conducción logra mantener mínimamente su nivel de ingresos y una mínima prestación de salud.
- Una gigantesca red clientelar que rodea a la Capital Federal y a los grandes conglomerados urbanos, producto de una migración interna y de países limítrofes que lleva décadas y que ha configurado un agregado aluvional de personas desprovistas de los bienes fundamentales para su subsistencia y de herramientas educativas-culturales para integrarse a la sociedad formal, convertidas en carne de cañón de aparatos políticos-delictivos que los utilizan para lucrar con sus necesidades y presionar a los gobiernos de turno.
- Sectores del Estado y de la justicia cooptados por esas estructuras gremiales, empresariales y políticas.
- Estructuras político-gremiales intermedias que han cooptado el aparato estatal, dirigiendo recursos hacia sus integrantes, por diversos mecanismos: entrega directa de fondos, obras o servicios públicos amañados, empleo público clientelizado, compras directas o con mecanismos ocultos, etcétera.
- Y actores de pertenencias políticas, ideológicas e intelectuales difusas, centralmente agrupados en el peronismo pero acompañados por dirigentes de otros partidos y expresiones intelectuales, artísticas y comunicacionales que pueden mantener con el peronismo disputas o diferencias parciales, pero que entienden de la misma manera el proceso económico y político: economía cerrada, protagonismo exaltado del Estado sin los límites de la ley y el estado de derecho, protección de sindicatos semi-oficiales, ideología de la “sustitución de importaciones” en su versión “siglo XX”, impostación del discurso nacionalista banal, exaltación del “pueblo” como abstracción, indiferencia ante el fenómeno inflacionario, el endeudamiento público para financiar gastos corrientes, la desvalorización de la moneda y, en general, la búsqueda de apoyos sectoriales corporativos para el ejercicio del poder o la oposición, según la coyuntura política.
En su análisis de la realidad Argentina, Lafferriere -quien reside desde hace pocos años en España-, nos muestra que el kirchnerismo no es el protagonista permanente de esta coalición, aunque la haya expresado en las dos últimas décadas agregándole su impronta, centrada en una gran corrupción que, en rigor, no es esencial ni inherente al sistema nacional-populista, sino que se desarrolló aprovechando y respondiendo a las necesidades del mismo a cambio de respaldo para la ocupación del aparato estatal. Hay nacionalismo populista más allá del kirchnerismo.
De la afirmación anterior se desprende que la oposición al kirchnerismo se puede visualizar en dos grandes grupos, que pueden coincidir en su objetivo inmediato -terminar con la corrupción kirchnerista y aún recuperar el funcionamiento del estado de derecho- pero no necesariamente coinciden en los cambios que deben realizarse en el sistema económico-rentístico del país.
¿Ustedes se preguntarán cómo se financia esta “coalición del gasto”?
Son varios los sectores y mecanismos que “financian” la posibilidad de esta confluencia económico-social-política. Son los perjudicados por el “modelo”, sin cuya exacción ese modelo sería inviable. Algunos son expropiados directamente, otros mediante la licuación de sus activos al compás de la degradación de la moneda y del país en su conjunto, y otros porque los bienes y servicios a los que se les permite acceder llevan incorporados en sus precios las exacciones, sea por las rentas generadas por la protección, sea por la descomunal presión impositiva, ambos extremos golpeando los precios de los productos de consumo.
Esos sectores son centralmente:
- Los productores y -en general- el complejo agropecuario. Es el único sector “prima facie” superavitario y competitivo de la economía argentina. Su aporte anual se traduce en la generación de divisas -aporta más del 70 % de las divisas que ingresan al país-. El mecanismo de apropiación de los ingresos agropecuarios tiene una “llave maestra”, que es el control de cambios y del comercio exterior. Al obligar a los exportadores a liquidar sus ingresos exclusivamente vía el BCRA al tipo de cambio fijado por éste en forma discrecional -y al fijar éste el valor del peso argentino a un monto que duplica el de su valor de mercado- asegura por esta vía varios canales de apropiación y su aporte a las finanzas públicas, efectuada mediante tres grandes agregados:
- Las “retenciones a la exportación”, que incluyen entre el 30 y el 35 % del precio final de la producción exportada.
- El impuesto a las ganancias, que varía según la dimensión de la explotación, pero que puede estimarse como promedio en un 30 % del valor residual en pesos de la producción.
- El “diferencial del tipo de cambio”, mediante el que se le extrae otro porcentual difícil de cuantificar por el abanico de precios de la divisa “no oficial”, pero que si se compara con la evolución del índice de precios mayoristas (el que mejor refleja el costo de los productos y el único que está al alcance de cualquier persona) o el propio precio de la divisa en los diversos mercados financieros no oficiales puede afirmarse que alcanza al 100 % de diferencia. Por esta vía se “absorbe” otro 20 %.
La suma de estos agregados orilla el 80 % del valor de venta de la producción, que es lo que se extrae de la rentabilidad agropecuarias. Los productores conservan apenas el 20 % del valor bruto de su producción, con lo que deben hacer frente a sus costos de explotación, amortización de equipos, impuestos y tasas locales, y rentabilidad.
- Los sectores medios propietarios (dueños de inmuebles), cuyo valor se retrajo por la caída generalizada de la economía y la licuación del valor de los activos, entre un 30 y un 50 % en el período 2020/2023, al compás del deterioro del “conjunto-país”.
- Los sectores medios de ingresos fijos, afectados igualmente por la licuación de la moneda en la que cobran sus haberes y la presión impositiva desbordada.
- Los empresarios marginados de la estructura populista, cuyos patrimonios han acompañado la licuación del peso argentino y valen aproximadamente la mitad de lo que valían en 2020.
- Los pasivos y trabajadores del sector público, cuyos ingresos han sido absorbidos también entre un 30 y un 50 %.
- El Estado, a través del endeudamiento público alucinante, que ha provocado en las últimas décadas no menos de tres grandes “defaults” y varios “pequeños”, con el consiguiente crecimiento de la “tasa de riesgo país” -cuya contracara es la tasa de interés al que el mercado le presta a la Argentina, en los pocos períodos en que lo hace-. El servicio de ese endeudamiento, cuando se realiza, es soportado por el presupuesto público, o sea por los contribuyentes formales.
- El mercado interno. Cuando todo lo anterior ya no alcanza para financiar el entramado populista, se recurre al impuesto inflacionario generado por la emisión de moneda nacional sin control ni respaldo, desatando y reproduciendo un aumento de todos los precios de la economía, incluido el de la divisa -contracara de la disolución del peso-.
Cierto es que la descapitalización del sector agropecuario y la virtual desaparición de otros sectores exportadores tuvo como contrapartida el surgimiento de sectores modernos, como la exportación de servicios -fundamentalmente informáticos y otros servicios profesionales de menor dimensión- y el turismo. Ambos sectores sin embargo fueron limitados por el cerramiento financiero-monetario del país.
¿Cuáles son los caminos alternativos, entonces, para la Argentina?
En su opinión, son cuatro alternativas que obviamente interactúan entre ellas formando “híbridos” en continua evolución y cambio, pero que, en forma “pura” podríamos agrupar de la siguiente forma:
- El populismo peronista-kirchnerista. Incluye todo el entramado de poder mencionado, al que ha agregado el componente de la corrupción generalizada, no limitada a los estratos altos de su nomenclatura, sino que ha diseminado su justificación a los niveles intermedios y bajos de la administración en todas las competencias -nacional, provinciales y municipales- y también a su justificación en niveles privados. Muestra una nota característica: la indiferencia ante la vigencia del estado de derecho, al que consideran sólo como una circunstancia instrumental obviable. Tiene también una consideración “normalizadora” de procedimientos corruptos en la vida cotidiana, con un relato justificador y exculpador de delitos y delincuentes…
- El nacional-populismo tradicional. Incluye el entramado de poder mencionado, sin el agregado de la corrupción generalizada. Se expresa centralmente por la vigencia “ideológica” (real o impostada) del paradigma “nacional y popular” en sectores variopintos de peronistas y de otras fuerzas políticas, algunas enfrentadas políticamente al kirchnerismo, pero adherentes a la visión telúrica del país cerrado y autárquico, vestido con el ropaje ideológico de la defensa de “lo nacional” y “lo popular”. Una diferencia importante con el anterior es que reivindican y respetan el estado de derecho y cuestionan la corrupción.
- La “modernización democrática”. Incluye a los actores perjudicados por el modelo nacional y popular: son productores de campo, empresarios con vocación cosmopolita, emprendedores de diverso tipo, intelectuales de diversa ubicación en el “arco ideológico” en contacto con las ideas del mundo occidental desarrollado, políticos con mayor comprensión de la marcha del mundo y adherentes a una economía abierta y a una transición consciente para contener el fuerte efecto-cambio y la reconversión de los afectados por la modernización. Reivindican y respetan el estado de derecho como marco legal imprescindible para el resurgimiento argentino.
- El liberalismo populista extremo, autodenominados “libertarios”. Su relato se acerca más al anarquismo de derecha que al liberalismo al que dice interpretar. Incluye a actores exclusivamente políticos y personales, sin una expresión clara entre el empresariado ni el mundo gremial, pero movilizadora del hastío de las generaciones jóvenes que sufren la impotencia en la construcción de sus vidas personales, pero son víctimas del deterioro educativo de los últimos lustros, que les impide entender la complejidad de lo social y sus matices. Su expresión política más clara es Javier Milei, con un relato cercano al anarquismo liberal. Los caracteriza una relativa indiferencia ante la vigencia o no del estado de derecho, así como un ataque “in totum” a la dirigencia política sin diferenciar pertenencias ni matices. Desde el punto de vista económico, simpatizan con la reducción del Estado a su mínima dimensión, exclusivamente a sus funciones básicas de defensa, seguridad y justicia.