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Entre el deseo y la realidad, las generaciones jóvenes llegan a la edad donde se presenta el anhelo de la casa propia en un contexto económico global complejo, desde las barreras económicas hasta los cambios culturales y las crisis globales

Por Santiago Pidone
Es común escuchar frases repetitivas sobre la relación de la generación de Millennials y Centennials con respecto a las decisiones económicas, laborales, la búsqueda de objetivos y la formación de familias, consideradas a menudo como “cosas de la vida adulta”.
Entre estas frases se encuentran: “A tu edad compre un terreno trabajando mucho”, “Las nuevas generaciones tienen que sacrificarse más”, “No hay compromiso para trabajar”, “Cuando ahorraba para comprar mi primera casa, no salía a comer afuera” o “Hoy en día las expectativas de los jóvenes son muy altas”.
Esta tendencia se presenta como global, pero cabe preguntarse: ¿Son estos juicios de valor completos o quizás solo evalúan lo superficial y no lo fundamental?
Adquirir una vivienda propia es para muchos la decisión financiera más importante de sus vidas, definiendo su comportamiento económico a largo plazo y otorgando mayor control sobre dónde y cómo viven.
En las sociedades occidentales, la vivienda, y particularmente la propiedad de la misma, ha sido históricamente un pilar central y un fuerte aspiracional para la mayoría de las personas. Este anhelo representa mucho más que la simple necesidad de un techo; simboliza una sensación de seguridad, estabilidad y resguardo frente a las fluctuaciones económicas, laborales y políticas. Adquirir una vivienda propia es para muchos la decisión financiera más importante de sus vidas, definiendo su comportamiento económico a largo plazo, y les permite tener un mayor control sobre dónde y cómo viven.

La importancia de la propiedad de la vivienda también tiene profundas raíces históricas y sociales. En los procesos de nacimiento de muchos países, la entrega de tierras para la construcción de viviendas fue una forma de generar un sentimiento de pertenencia al Estado Nación y fomentar el crecimiento económico al arraigar a la fuerza laboral. A lo largo del tiempo, ser propietario se convirtió en la opción por defecto, ligada a la acumulación de capital y el ascenso social.
Independientemente de los ingresos, la ubicación, la edad, la religión, la raza u otros factores, la necesidad y el deseo de tener una vivienda propia son universales, lo que complejiza el tema.
Estructura vs Individuo
Pero, ¿cómo se condiciona esa decisión?. Desde una perspectiva sociológica analizar esto es el debate en el que se enmarca esto es estructura o individuo, en búsqueda de determinar si nuestras acciones se hallan más influenciadas por la estructura social en la que vivimos o por nuestra capacidad individual de elección. Es sabido que ninguna de las dos dimensiones puede eliminarse sin empobrecer el análisis.
Aquí surgen nuevamente los lugares comunes donde se puede decir que, basados en decisiones individuales, se valoran más las “experiencias y movilidad” por sobre cuestiones de “estabilidad y compromiso”. No obstante, también existen análisis que entienden que condiciones como la precariedad laboral, la falta de capital inicial o el crédito, dificultan la llegada a esa meta o expectativa.
Sin cambiar las condiciones del mercado laboral, los montos de crédito y las políticas fiscales, las aspiraciones millennial chocan con barreras reales que limitan la posibilidad de concretar ese deseo
Sin embargo en occidente, la “norma” de tener casa propia persiste como marco cultural, pero ¿Qué factor tiene mayor influencia? En este caso, la estructura económica ejerce un freno muy poderoso a lo individual: sin cambiar las condiciones del mercado laboral, los montos de crédito y las políticas fiscales, las aspiraciones millennial chocan con barreras reales.
En conclusión, los deseos individuales se ven influenciados en parte por la coyuntura, que moldea la percepción del futuro y redefine las prioridades.
Volviendo al anhelo de la vivienda, podemos definirlo como una demanda aspiracional donde es crucial diferenciar entre el deseo y la posibilidad de concretarlo. Están aquellos que tienen la expectativa de ser propietarios, creyendo firmemente que lo lograrán independientemente de su deseo, y aquellos que aspiran a serlo, conscientes de que para lograrlo necesitarán que se den ciertas circunstancias favorables
Un problema generacional demográfico
Este aspiracional global se está poniendo a prueba en un contexto cada vez más desafiante. Para las generaciones más jóvenes, como los millennials y centennials, la situación presenta desafíos específicos, lo que algunos los autores denominan un ‘efecto de cohorte’ (un conjunto de individuos que comparten una experiencia en un mismo periodo de tiempo).
Estos desafíos incluyen tendencias demográficas y sociales que impactan su acceso a la propiedad. Por un lado, las nuevas generaciones son más propensas a postergar hitos vitales tradicionales como el matrimonio y la paternidad, los cuales suelen estar ligados a la decisión de comprar una vivienda. También, son generaciones más educadas, lo que puede retrasar su inserción laboral y la acumulación de capital necesario para la compra. Además, la mayor esperanza de vida retrasa el proceso de herencia de viviendas y reduce la capacidad de los adultos mayores para financiar a las generaciones jóvenes. A esto se suma la preferencia de las nuevas generaciones por vivir en grandes centros urbanos, donde la oferta de vivienda es limitada y los precios son altos.
Países en América Latina han visto una caída generalizada en las tasas de propiedad entre jóvenes adultos, aumentando también el porcentaje de jóvenes que aún viven con sus padres.
as crisis globales recientes, como la crisis Subprime y la pandemia de COVID-19, han tenido un impacto significativo, resultando en regulaciones crediticias más restrictivas y, en muchos casos, una caída del ingreso promedio. Esto, junto con los altos costos, dificulta el acceso al financiamiento, que es un factor clave para la compra. Como consecuencia, los millennials y centennials presentan tasas de propiedad (ajustadas por edad) considerablemente menores que las generaciones anteriores. Países en América Latina han visto una caída generalizada en las tasas de propiedad entre jóvenes adultos, y en varios países de Europa y Estados Unidos, ha aumentado el porcentaje de jóvenes que viven con sus padres.
A pesar de estas dificultades objetivas y la brecha creciente entre el deseo y la posibilidad de ser propietario, lo que podría generar frustración, el aspiracional de la casa propia parece permanecer intacto para muchos jóvenes cuando se profundiza en sus deseos reales, aunque para una parte significativa de ellos se ha vuelto un sueño más distante.
Los millennials serán más pobres que sus padres
Las nuevas generaciones enfrentan desafíos considerables. Las diversas crisis globales, como la de 2008, la más profunda desde el crack de 1930, han afectado su poder adquisitivo. Muchos de los nacidos entre 1981 y 1996 comenzaron su vida laboral en este contexto de crisis, lo que tiene consecuencias a largo plazo.
La riqueza de los ‘baby boomers’ se debe únicamente a su mayor esfuerzo? La respuesta es que crecieron en un contexto económico diferente, lo que los convirtió en la generación más rica de la historia, al menos en los países desarrollados.
Según varios estudios, que analizan las situaciones económicas de los países desarrollados, los millennials serán la primera generación que va a vivir peor que sus padres y la generación más desigual entre sus pares.
¿Pero qué pasa en América Latina? La crisis del 2008 no afectó tanto a esta región, pero si dinámicas locales han mostrado un aumento de la desocupación. Las generaciones jóvenes, son las que más lo padecen ya que son las primeras en ser expulsadas del mercado laboral y las últimas en reincorporarse.
Cuando no dan los números
En América Latina, más del 50% de los jóvenes ocupados se encuentran en condiciones laborales informales, según datos de la OIT. Esto significa que carecen de estabilidad, aportes jubilatorios y cobertura de salud. Incluso entre quienes logran acceder a empleos formales, los salarios suelen ser bajos y no crecen al ritmo del costo de vida.
Con salarios que apenas cubren los gastos básicos, en ciudades como Buenos Aires o Santiago, el alquiler representa entre el 30% y el 50% del ingreso promedio de un joven
Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), los hogares propietarios pasaron de ser el 73,1% en 2002 al 66% en 2022 y los hogares que alquilan del 16,4% al 20,9% en los mismos años. Con salarios que a menudo apenas cubren los gastos básicos, en ciudades como Buenos Aires, Lima, Santiago o Ciudad de México, el alquiler representa entre el 30% y el 50% del ingreso promedio de un joven, lo que reduce drásticamente su capacidad de ahorro, y esto asumiendo que pueden acceder a un alquiler.
Siendo jóvenes más pobres que sus padres, surge la pregunta: ¿Qué sucederá en su vejez? A esas crisis se suman los problemas a futuro que traerán encontrarse inmersos en un mercado laboral con alta informalidad y trabajos temporarios. Los cálculos auguran que los futuros jubilados no van a poder mantener su nivel de vida.
La vivienda es necesaria
El mercado inmobiliario se caracteriza por su proyección a largo plazo, lo que hace que los cambios de época sean especialmente significativos, con efectos duraderos.
La vivienda es un elemento central en las políticas gubernamentales, impulsando la construcción y el empleo, representando una aspiración común y un medio para la acumulación de capital y la movilidad social. Las recientes crisis han impactado directamente a millones de hogares a nivel global.

En 2020, la pandemia llevó a los gobiernos a confinar a miles de millones de personas en sus hogares, transformando la realidad. La vivienda adquirió un nuevo valor como espacio habitacional esencial, y en muchos países se implementaron políticas públicas para mitigar el impacto en el pago de alquileres e hipotecas. Se buscaba evitar la pérdida de vivienda a corto plazo y se hicieron evidentes las carencias habitacionales de muchas personas.
Los efectos demográficos y habitacionales de estos eventos aún se están desarrollando y es prematuro llegar a conclusiones definitivas. A nivel global, la discusión sobre cómo se habitan las ciudades y las zonas suburbanas continúa sin resolverse. Persisten debates sobre los modelos de vivienda, debates que antes eran menos frecuentes o menos cuestionados.
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Argentina: ¿País de propietarios?
Argentina ya no es tan claramente un país de propietarios. La propiedad de la vivienda disminuye, sobre todo entre los jóvenes. Factores como ingresos bajos, informalidad laboral y falta de crédito dificultan el acceso. El alquiler crece, especialmente en las grandes ciudades. Aun así, la aspiración a la casa propia sigue vigente.
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Créditos hipotecarios hoy
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