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El siglo XXI comenzó como una promesa de transformaciones profundas que redefinirían la economía, la tecnología y las estructuras sociales. Sin embargo, los primeros 25 años han mostrado una narrativa que oscila entre el desconcierto inicial producto del impacto de la globalización y la reorganización de las fuerzas geopolíticas y la desesperación provocada por la acumulación de crisis no resueltas. Sumado a los profundos cambios de los últimos cinco años en términos de tecnología. Este cuarto de siglo ha sido un laboratorio de cambios exponenciales, pero también de promesas incumplidas y desafíos crecientes.
Por Marcelo Manucci
Psicólogo, doctor en comunicación
Una transición turbulenta
El cambio de siglo trajo consigo un contexto económico que dejaba atrás el modelo industrial basado en la previsibilidad y las certezas. La consolidación de potencias emergentes, como China e India, desafiaron el orden global unipolar. Mientras tanto, la Cuarta Revolución Industrial prometía una nueva era de eficiencia e innovación, impulsada por la automatización, la conectividad y la inteligencia artificial.
Sin embargo, esta transición estuvo marcada por tres características principales que aumentaron la complejidad: la diversidad de actores globales, la velocidad de los cambios tecnológicos y la proliferación de situaciones emergentes imprevisibles. Estas dinámicas han generado un entorno donde las herramientas estratégicas tradicionales de planificación quedaron obsoletas, dejando a organizaciones y gobiernos atrapados en una paradoja: comprender que lo conocido ya no es suficiente, pero continuar haciendo lo mismo por inercia, lo cual generó un estado de supervivencia sobre el que se balancean muchas organizaciones y empresas frente a los nuevos desafíos.
La llegada de la pandemia de COVID-19 en 2020 fue un punto de inflexión. Este evento no sólo exacerbó las desigualdades económicas y sociales, sino que también aceleró tendencias que ya estaban en marcha. El confinamiento masivo, la disrupción de cadenas de suministro y la adopción abrupta del teletrabajo redefinieron el concepto de productividad y evidenciaron la fragilidad de los modelos económicos dominantes.
En ese cambio de década, las emociones colectivas pasaron de la incertidumbre al pesimismo. Según estudios realizados durante este período, el miedo al futuro, combinado con una sensación de pérdida y falta de control, generó un estado global de desesperanza. Este “desencanto pandémico” se tradujo en patrones de desconfianza hacia las instituciones y desmotivación en los espacios laborales, poniendo en jaque la resiliencia social.
Mientras el mundo intentaba recuperarse del impacto de la pandemia, la inteligencia artificial (IA) generó una de las disrupciones más significativas de la vida moderna. Con aplicaciones que van desde la automatización en fábricas hasta la toma de decisiones estratégicas en empresas, la IA plantea una dicotomía: la promesa de una eficiencia sin precedentes frente a la amenaza de la pérdida masiva de empleos y el aumento de desigualdades tecnológicas.
Para los países emergentes, estos desafíos son aún mayores. La falta de acceso equitativo a las nuevas tecnologías y la dependencia de mercados globales los sitúan en una posición de vulnerabilidad. A esto se suma la creciente demanda de competencias digitales que muchas economías en desarrollo aún no están preparadas para ofrecer.
La Cuarta Revolución Industrial, impulsada por tecnologías como la inteligencia artificial (IA), el Internet de las Cosas (IoT) y la automatización avanzada, ha transformado significativamente la economía global. Sin embargo, el desarrollo acelerado de la IA en el último año ha superado estas transformaciones, prometiendo cambios aún más profundos y exponenciales.
Contraste globales y digitales
La Cuarta Revolución Industrial, que comenzó a consolidarse a principios de la década de 2010, se basa en la integración de tecnologías digitales, físicas y biológicas para transformar sistemas de producción, distribución y consumo. Sus pilares fundamentales incluyen la automatización avanzada, el Internet de las Cosas (IoT), la robótica, el análisis masivo de datos (Big Data) y la impresión 3D. Estas tecnologías interconectadas permiten procesos más eficientes, flexibles y personalizados en sectores clave como la manufactura, la salud y la logística. Actualmente, la Cuarta Revolución Industrial se encuentra en una etapa de expansión global, aunque con una adopción desigual: mientras países como Alemania y China lideran su implementación, economías emergentes enfrentan desafíos en infraestructura y capacitación. En este marco, la inteligencia artificial (IA), aunque comparte el espacio de esta revolución, es un componente disruptivo específico que amplifica sus capacidades. A diferencia de las tecnologías de la Industria 4.0, que automatizan procesos físicos y conectan dispositivos, la IA añade la capacidad de aprender, razonar y tomar decisiones complejas, lo que permite complementar y expandir las aplicaciones de la Cuarta Revolución Industrial con un potencial de impacto aún mayor en la creación de sistemas autónomos y soluciones predictivas.
Este desarrollo tecnológico global ha desencadenado una serie de cambios estructurales en la economía mundial, transformando la manera en que las industrias operan, los empleos se generan y los mercados evolucionan. Sin embargo, el desarrollo acelerado de la inteligencia artificial (IA) en el último año ha llevado estas transformaciones a un nuevo nivel, amplificando tanto las oportunidades como los desafíos. Este análisis aborda los impactos de estas fuerzas disruptivas, ofreciendo tendencias, datos estadísticos y ejemplos de su alcance global.
Según el Foro Económico Mundial, se estima que la adopción de la Industria 4.0 podría contribuir con un crecimiento anual del PIB global de aproximadamente el 1.3% durante la próxima década. La capacidad de personalizar productos y reducir costos operativos ha permitido a empresas de manufactura y logística optimizar cadenas de suministro y responder a las demandas de los consumidores de manera más ágil y efectiva.
En Alemania, líder de la Industria 4.0, la digitalización en la manufactura ha reducido un 20% los tiempos de producción y un 15% los costos operativos en sectores como el automotriz y el químico. Esta automatización también ha generado un cambio significativo en el mercado laboral. Aunque ha desplazado puestos de empleos basados en lo repetitivo, ha creado nuevas oportunidades en áreas como programación, análisis de datos y diseño de sistemas.
Un informe de McKinsey estima que el 14% de la fuerza laboral global necesitará cambiar de ocupación para 2030 debido solamente a la automatización. En Estados Unidos, los empleos tecnológicos han crecido un 12% anual, mientras que las posiciones en manufactura han disminuido un 4% anual durante la última década. En India, la adopción de tecnologías automatizadas ha generado 10 millones de nuevos empleos en servicios tecnológicos, pero ha desplazado a millones de trabajadores en industrias textiles.
La IA, al combinarse con Big Data y aprendizaje automático, tiene el potencial de generar un impacto económico significativo. Según PwC, el PIB global podría aumentar hasta en 7 billones de dólares en la próxima década gracias a la adopción de la IA, lo que representa un crecimiento anual del 1.5%. La IA ya está transformando sectores como la medicina, donde algoritmos analizan datos genómicos en minutos, facilitando diagnósticos personalizados y tratamientos precisos.
La IA no solo automatiza tareas rutinarias, sino que también asume actividades complejas como el análisis legal, la creatividad en diseño y la generación de contenido. Sin embargo, esto también ha generado riesgos significativos: un estudio de la Universidad de Oxford señala que hasta el 46% de los empleos actuales podrían automatizarse en las próximas dos décadas. En Japón, la robótica asistida por IA ha automatizado tareas administrativas en hospitales, permitiendo al personal médico dedicar más tiempo a la atención directa de los pacientes.
Pero toda esta avalancha casi abrumadora de cambios no deja exenta a las pequeñas y medianas empresas. Por ejemplo: la automatización del servicio al cliente, los chatbots avanzados, han reducido los costos de atención al cliente en un 30% para pymes del sector comercio. Herramientas predictivas han ayudado a minoristas a la optimización logística, reduciendo un 25% los costos de inventario.
La formación profesional
Los desafíos de estos cambios tecnológicos también alcanzan a los profesionales independientes. La inteligencia artificial (IA) está transformando rápidamente el mercado laboral, afectando de manera significativa a diversas profesiones y planteando desafíos para los sistemas educativos en todo el mundo. La IA reemplaza directamente tareas repetitivas. Esto puede ser una oportunidad para concentrarse en estrategias de mayor impacto, pero también tiene riesgos significativos. Por ejemplo, empresas en Europa utilizan IA para analizar contratos, reduciendo en un 60% el tiempo requerido para evaluar riesgos legales. En el sector creativo y de comunicación, las herramientas de IA generativas están transformando la creación de contenido, permitiendo a escritores y diseñadores generar ideas más rápido.
Según el “Informe sobre el Futuro del Empleo 2023” del Foro Económico Mundial, se prevé una disminución en roles administrativos y de oficina debido a la automatización impulsada por la IA. Por ejemplo, se estima que funciones como las de secretariado y asistentes administrativos podrían reducirse considerablemente en los próximos años.
Además, un estudio de Accenture indica que alrededor del 40% de todas las horas de trabajo podrían verse afectadas por modelos lingüísticos avanzados de IA, como ChatGPT-4, lo que implica una transformación significativa en tareas relacionadas con la comunicación y el procesamiento de información.
Por otro lado, la rápida evolución de la IA exige una adaptación en los programas educativos para preparar a los estudiantes frente a los desafíos del futuro laboral. La Comisión Europea, en su informe “El impacto de la inteligencia artificial en el aprendizaje, enseñanza y educación”, destaca la necesidad de integrar competencias digitales avanzadas y conocimientos sobre IA en los programas universitarios. Esto incluye el desarrollo de habilidades en análisis de datos, ética en tecnología y pensamiento crítico.
La automatización en servicios financieros ha llevado a una reducción de puestos de trabajo en áreas como la contabilidad y auditoría. Sin embargo, ha creado demanda en roles relacionados con análisis de datos y ciberseguridad. Se estima que, para 2025, el 50% de las tareas en el sector financiero podrían ser automatizadas.
La incorporación de la IA en la educación está transformando los métodos de enseñanza y aprendizaje. Herramientas basadas en IA facilitan la personalización del aprendizaje y la gestión administrativa, lo que requiere que los educadores adquieran nuevas competencias digitales. La Unión Europea ha enfatizado la necesidad de actualizar los programas para incluir formación en IA y ética digital.
La automatización en la industria manufacturera ha llevado a una disminución de empleos en líneas de ensamblaje, pero ha incrementado la demanda de técnicos especializados en mantenimiento de robots y sistemas automatizados. Se proyecta que, para 2030, la adopción de IA en manufactura podría aumentar la productividad en un 40%, pero también podría desplazar a millones de trabajadores no calificados.
En este marco, las economías avanzadas han dirigido gran parte de su crecimiento hacia activos intangibles como software, I+D y patentes. Sin embargo, países como España enfrentan desafíos significativos al invertir menos del 1.2% de su PIB en innovación, el caso de Argentina es más significativo porque la inversión llega al 0,5% de su PIB, frente al 2.4% en China y el 3.1% en Europa.
El liderazgo necesario
Los datos y ejemplos previos son simplemente postales de un mundo en profundo cambio, irreversible e inevitable por la magnitud de las proporciones de las variables en juego en este momento histórico. Este tránsito del desconcierto inicial de un mundo global al vértigo de un mundo de disrupciones cotidianas plantea un conjunto de preguntas profundas y aún sin respuesta, que afectan tanto a las estructuras sociales como a las dinámicas personales.
Este cuarto de siglo ha sido una carrera por comprender y adaptarse, pero a menudo sin una dirección clara. La forma de abordar lo nuevo no es reivindicando el pasado sino definiendo un lugar en el futuro. Ese es el gran desafío para el liderazgo en cualquier lugar, en cualquier región. La pregunta clave para abordar estas postales de incertidumbre es ¿qué lugar queremos ocupar en el futuro?
Este momento histórico anuda en un mismo lazo la imposibilidad y la transformación. La incertidumbre que definió las primeras décadas de este siglo se ha alimentado del desconcierto de un pasado que se resistía a liberar su narrativa mecanicista y de un futuro que se dibuja con contornos cada vez más inquietantes. Hay una dinámica de fuerzas históricas que está cambiando profundamente y el liderazgo clásico aún sigue viviendo en una historia que ha pasado a ser vestigios de una ficción.
La narrativa del pasado no solo define los límites de nuestras acciones, sino que también condiciona nuestras preguntas. Los interrogantes clásicos generan más desesperación. Entre el desconcierto y la desesperación surgió la desesperanza que implica un sentimiento de resignación profunda, casi de derrota, frente a las posibilidades de transformar las condiciones de vida. Los líderes son responsables de la desesperanza porque transformaron el futuro en una burocracia aburrida y opresiva. No hay posibilidades de transformar el presente, sin asomarse al futuro. Por ello es necesario comenzar a explorar horizontes posibles para transformar las preguntas en inspiración. Ahí hace falta un nuevo liderazgo. Una nueva invitación.
El futuro no es un horizonte binario de éxito o fracaso, sino un espacio de posibilidades intermedias que surgen de la interacción de lo conocido y lo desconocido. La exploración es la clave para transitar un mundo donde las certezas ya no son posibles. Pero aprovecharlas requiere un cambio de mentalidad: pasar de buscar respuestas en el pasado a diseñar alternativas en el presente.
Según un informe de McKinsey, el 50% de las tareas laborales actuales podrían ser automatizadas en los próximos cinco años. Nuevamente cabe la pregunta ¿qué lugar queremos ocupar en esta dinámica histórica? En este marco, los líderes enfrentan la responsabilidad de actuar estratégicamente para navegar en la incertidumbre y diseñar soluciones sostenibles:
- Adoptar una mentalidad exploratoria: aceptar que la incertidumbre no es un estado emocional, sino un vacío de referencias, y enfocarse en construir nuevas narrativas y marcos interpretativos para abordar nuevos acontecimientos.
- Crear una cultura de aprendizaje continuo: inspirarse en los errores históricos, para no repetirlos, transformar las respuestas organizacionales para no reaccionar al cambio, sino asumir un liderazgo activo frente a lo nuevo.
- Equilibrar ética y pragmatismo: integrar principios éticos en las decisiones estratégicas para evitar que las herramientas tecnológicas se conviertan en instrumentos de exclusión y preparar al talento humano para dialogar con nuevas herramientas que indefectiblemente transformarán las profesiones y la producción.
Para gestionar contextos volátiles y dinámicos, se destacan las siguientes estrategias:
- Analizar estados posibles: identificar las transformaciones emergentes en cada sector productivo para anticipar dinámicas futuras de cambio.
- Reconocer desafíos contextuales: mirar alrededor para observar las tendencias y dinámicas sociales, tecnológicas y económicas que hoy están demandando nuevas respuestas.
- Fortalecer redes y recursos: este no es un juego individual, es necesario construir infraestructuras colaborativas que permitan una respuesta ágil y eficiente ante disrupciones inesperadas.
- Desarrollar narrativas inspiradoras: las personas no se mueven de su presente si no encuentran en el futuro algo que valga la pena; los líderes deben transformar su invitación para inspirar a las personas a crear lo posible.
- Ensayar innovaciones sutiles: para mitigar la desesperación, es necesario la escala de intervención, probar ideas en dimensiones manejables para adaptar soluciones antes de su implementación masiva.
Cómo preparar a las organizaciones para ser competitivas en un mundo desconocido, y para avanzar en un paisaje sin mayores certezas. Esta secuencia histórica inédita lleva a replantear muchos procesos estratégicos que se diluyen en la incertidumbre. ¿Cómo diseñar una oferta competitiva y mantener el valor de los productos o las propuestas?; ¿cómo gestionar nuevos procesos internos, identificar e integrar nuevas competencias para sostener un talento humano que pueda operar en este contexto?; ¿cómo articular vínculos estratégicos con diferentes actores y públicos en medio de la desconfianza y el desconcierto del presente?
El desafío de crecer en la complejidad vertiginosa del contexto actual conlleva la necesidad de pasar del desconcierto a la acción, recuperar el protagonismo para redefinir la desesperación. El liderazgo del futuro no se basa en certezas, sino en la capacidad de imaginar lo posible. Es momento de actuar, explorar y redefinir la desesperanza como una oportunidad.