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EDITORIAL

Hipocresía

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Por Martin Oleinizak

¿Cambia algo?, ¿qué cambia? ¿o nada cambia?

Hace unos 18 meses, cuando asumía Milei el gobierno, nos preguntábamos en la tapa de esa revista si la gente “entendía lo que había votado”, junto a otras dos preguntas fundamentales para entender lo que venía en el país. Pasado ese tiempo, y con un ajuste histórico y una baja de inflación estrepitosa, el gobierno nacional sigue teniendo más o menos el mismo nivel de aceptación. 

Las críticas de aquellos que siguen apoyando el gobierno nacional, pasan más por “las formas” que por las medidas. Por la falta de valores, normas y buenas maneras en su comportamiento. La falta de respeto hacia los demás, grosería, descortesía, falta de consideración y otros comportamientos que van en contra de las normas sociales aceptadas. En definitiva, un mal educado prepotente y sin institucionalidad.

A diferencia de éste, presidentes, gobernadores y demás funcionarios de los últimos 30 años, en su gran mayoría han sido “correctos” en sus formas aparentes. Pero como la historia lo ha confirmado, esa “corrección” aparente no condecía con las conductas privadas o fuera de cámara. Abrazos con partidarios u opositores se traducían en traiciones a la vuelta de esquina. 

Esa ha sido la hipocresía; la constante en los modos de la política argentina por décadas. Solo para recordar, hipocresía significa “fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan”.

¿Es lo mismo la hipocresía que la mala educación? ¿Son comparables? Porque, además, esa hipocresía estuvo acompañada de malos desempeños en la función hasta llevar a un país a una crisis institucional, política, educativa, social y económica histórica… y con niveles de corrupción comprobadamente escandalosos. 

La hipocresía ha agotado a la sociedad argentina y, tal vez por esto, puede soportar más la mala educación manifiesta de sus líderes que la elegante hipocresía de ineptos y ladrones. 

Todo lo escrito no indica que apoyemos la mala educación. Ni cerca de eso. Simplemente es intentar entender algo de la compleja realidad argentina.

Y sirve también para alertar al “pago chico”. Porque el discurso contra la corrupción en Entre Ríos ha sido firme y fuerte. Pero al mismo tiempo, los aparentes acuerdos “tras bambalinas” con sindicalistas confesos ladrones -entre otros variados casos-, acercan a los dirigentes más a la hipocresía histórica que a la mala educación.  

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